¿Alguno de ustedes tuvo alguna
vez la suerte o la mala suerte de que Ghunter tocara a su puerta?, si la
respuesta es no, pues han tenido mucha suerte.
Les contaré como fue esa vez que
ese tal Ghunter se apareció por mi casa:
Fue una tarde fría, muy fría, tan
fría que las plumas de los pájaros se congelaban en pleno vuelo. Yo era apenas un adolescente, estaba ayudando
a mi madre a preparar la mesa, mientras esperábamos a mi padre, que se había
aventurado debajo de un cielo gris a por algo de comida.
Fue en aquel momento cuando
alguien tocó a la puerta, dio unos débiles golpes a la madera, como si se
estuviera muriendo, y se fueran con aquellos golpecitos las únicas fuerzas que
le restaban.
Abrí la puerta muy extrañado, no
podría ser mi padre, ya que él siempre que llamaba a la puerta hacía un escándalo
terrible, o entraba sin tocar. Mis jóvenes ojos encontraron a un hombre
desaliñado, su cabello carbón lo llevaba sin peinar, y sus pies eran cubiertos
por unos andrajosos zapatos viejos.
El hombre dio un paso hacia
adelante y se desplomó en el suelo, respirando hondamente. Mi madre me ayudó a
sentarlo sobre el sillón, lo tapamos con una manta y le preparó un caliente té.
― Muchas gracias― Dijo
dificultosamente, mientras tosía tan fuerte que parecía que se le escaparían
los pulmones por las narices. Yo me preocupe, el hombre estaba muy enfermo ― La
verdad, tuve suerte de encontrarlos― Dijo, y luego desvió la mirada a sus zapatos.
Al rato llegó mi padre con las
compras, se sintió muy orgulloso al ver que habíamos ayudado a un pobre hombre,
que seguramente si no fuera por nosotros se moriría congelado afuera.
Mi madre hizo una espesa sopa,
llena de verduras y distintas carnes, ella siempre decía que en invierno hay
que comer más de lo habitual, y sobre todo en días tan fríos como aquel.
Le ofrecimos un plato de sopa al
indigente, el cual lo tomó con mucha emoción, como si llevará varios años sin
comer.
La tarde se hizo noche, y la
noche se hizo día, el hombre había dormido sobre el sillón, no podíamos echarlo
allí a fuera.
― Muchas gracias, muchas gracias
de verdad― Nos dijo, y nos besó las manos a cada uno de nosotros. Se lo veía
muy agradecido.
Caminó hasta la puerta, despidiéndose
nuevamente, pero cuando me dispuse a cerrarla, él la detuvo con su mano.
― Espera― Me dijo ―Quiero darte
mis zapatos como agradecimiento, por todo lo que has hecho tú y tu familia
conmigo.
― No, no es necesario― Le dije
educadamente, le miré los zapatos, los tenía viejos y rotosos, no podía quitárselos,
eran los únicos que tenía.
―Sí, sí ― Dijo, y se sacó los
zapatos sin que pudiera detenerlo ― Son de la suerte, gracias a ellos los encontré
a ustedes, sino hubiera muerto en la calle.
Tomé su calzado entre mis manos y
le miré sus pies desnudos, no lo podía dejar marchar en esas condiciones, así
que me saque mis botas, eran nuevas, las había comprado la semana pasada, pero
no importaba, quería dárselas al buen hombre.
― No son de la suerte, pero no
puedo dejarte ir descalzo― Le dije.
Intercambiamos calzados, y el indigente
se marchó usando mis botas negras, que tenían una presilla roja de costado.
Pasó el tiempo y utilicé las
botas para aquellos momentos decisivos, los probé en el casino, loterías, exámenes,
y debo decir que de buena suerte no tenían nada. Tal vez no sabía cómo usarlas,
tal vez debía decir alguna palabra mágica o algo. Lástima que no le pregunté al
indigente cómo funcionaban, porque desde esa noche no lo he vuelto a ver.
Varios años después, habiendo
dejado la adolescencia atrás, viajé a una ciudad vecina en busca de trabajo,
tenía una entrevista. Cuando entre en la oficina me encontré con un joven que
estaba esperando. Él era mi competencia. ¡Me había olvidado mis zapatos de la
suerte!, lástima, esta sería una buena oportunidad para probarlos.
Me senté junto al joven y de inmediato
algo llamó mi atención, conocía aquellas botas negras con presillas rojas,
ahora estaban todas rotas y gastadas. Habían pasado varios años desde la última
vez que las vi.
― ¿Dé donde las conseguiste?― Le
pregunté señalando las botas del joven.
― Es una historia muy extraña― Me
contestó ― El otro día ayude a un indigente que se veía muy enfermo, le compré
ropa y zapatos nuevos, además lo llevé a comer a un restorán, estaba muy
hambriento. En forma de agradecimiento me regaló sus botas, me juró que eran de
la suerte, y que las llevaba puestas desde siempre. Esperó que me ayuden en mi
entrevista ― Suspiró nerviosos.
Lo miré incrédulo. ¡Maldito viejo
embustero!, ¡Me había engañado!
Tal vez lo creyó en algún momento, no haya sido inicialmente una mentira.
ResponderEliminarY en el peor de los casos consiguió calzado nuevo, que tal vez necesitaba.
Muchas gracias por leer.
EliminarPuede que el indigente sea un embustero o que no.
UN SALUDO.
Ja, ja, ja, ja. Vaya viejo. Tal vez sea un embustero, pero el protagonista fue un poquito tonto pensar que podía usar esas viejas botas para cumplir deseos algo egoístas. No pensó que quizá den otro tipo de suerte. Je, je, je, je. Aunque todo era mentira. Queda en cada uno si es un oportunista o no.
ResponderEliminarQue tengas un buen fin de semana. ¡Saludos!
Cierto, el protagonista es muy confianzudo...
EliminarGracias por leer y comentar.
Nos leemos . Saludos
Una historieta interesante amiga, te felicito.
ResponderEliminarMuchas gracias Rosa por leer, me alegro que te haya gustado.
Eliminar¡Hola guapa! cuanto tiempo sin pasar por aquí a leerte... esto de no tener tiempo para los blogs es un asco ¡me alegra ver que tus relatos siguen tan brillantes como siempre!
ResponderEliminarSi te apetece pásate por mi blog para darme tu opinión sobre una entrada muy especial que he publicado.. ¡tras 4 meses de inactividad!
¡Besosss!
Bienvenido otravez, !! me alegro que te guste mi último relato.
EliminarPor supuesto, ahora mismo me paso :)
Una historia con un gracioso final. Me ha recordado a una serie que veía en mi infancia llamada "Los ladrones van a la oficina", donde un gremio de ladrones y sinvergüenzas se reunían en un bar y timaban a mucha gente con embustes, teatralidad y otras armas de su ingenio.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Muchas gracias José por leer, me alegro que te haya gustado, y aun mejor llevado a tu infancia.
EliminarUn saludo :)
¿Y qué es la buena suerte? En ocasiones se pasa por baches hasta llegar a un buen destino. Mala suerte en el camino pero buena suerte al final, una, consecuencia de la otra. ¿Embustero? Para nada, si las botas parecen que no dan buena suerte, el no llevarlas que conlleva? Nunca dijo que se las pusiera.
ResponderEliminarLa verdad es que esta pequeña historia me ha hecho pensar jajaja
Gracias por compartirla con tod@s cynthia.
Un saludo!!!
Gracias a ti por leer, me alegro que te haya gusatdo el cuento. Un saludo
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