miércoles, 4 de febrero de 2015

Ojos Tiernos

En un pequeño pueblo de Alaska, cerca de un bosque espeso que la mayoría de los meses del año era bañado por una blanca capa nevada, se encontraba una rustica cabaña, adornada por una artística valla que rodeaba los límites de la casa, en esta, vivía Carol, de nueve años de edad, una niña de poca estatura, de cabellos castaños claros, y ojos celestes como el cielo, su personalidad era caracterizada por su gran valentía y su sed de aventura.
Sus padres fallecieron en un accidente automovilístico, y su abuelo paterno, cuido de ella desde entonces. Era un abuelo muy cariñoso, mimando constantemente a su nieta con abrazos y un cálido amor. Tenía la típica imagen de un hombre de montaña.
Un día Carol fue a recorrer el bosque en busca de piñas para hacer un centro de mesa, ya que se acercaban las fiestas navideñas. Reviso debajo de varios pinos, encontrando diferentes piñas que le agradaron, las observó contemplándolas fijamente, mientras las rotaba en sus manos, luego las guardo en una canasta de mimbre que llevaba con ella.
Mientras regresaba a la cabaña, tropezó torpemente dejando caer la canasta junto con las piñas, se inclinó a recogerlas y sus ojos descubrieron en la nieve una huella de un animal, supuso que sería de algún perro.  
Siguió las huellas con gran intriga, sin saber con que se encontraría, las huellas terminaban en la entrada de lo que parecía ser una madriguera, de la cual provenían sonidos y movimientos extraños, su valentía la impulso a asomarse dentro de la madriguera para observar que era aquello que causaba tanto escándalo, para su sorpresa se encuentra con un cachorro, el cual la recibió con unas lengüetada en los dedos, haciéndola reír, lo saco con ambas manos de la madriguera, era un lobezno, era una criatura adorable, sus ojitos eran tiernos, y su cuerpo cubierto por un pelaje sumamente suave y esponjoso, de un color blanco, con algunas tonalidades grises en el lomo.
Tomo al pequeño cachorro, y lo acurruco dentro de la canasta tapándolo con una manta celeste, y emprendió el camino de regreso hacia la cabaña, dando saltos y cantando una canción alegre.
Mientras caminaba, pensaba la forma de convencer a su abuelo, para que le permitiera conservar aquel adorable cachorro, aunque ella sabía bien cuál sería la respuesta, que no era aconsejable criar un animal salvaje.
Cuando llego a la casa, su abuelo se estaba preparando para salir a cazar la cena, se coloco la campera y tomo su escopeta, y antes de salir se detuvo a preguntarle a su nieta que traía en la canasta.  
Carol, entro decidida a enseñarle lo que traía, pero cuando su abuelo tomo la escopeta, un escalofrió le recorrió por todo el cuerpo, produciendo que se acobardara, pensando que le podría pasar algo malo al cachorrito si se lo mostraba, lo único que pudo decir entre balbuceos fue:
_ ¡Es una sorpresa para navidad!_ 
El anciano sonrió, seguro de que lo que su nieta traía, eran unas piñas para realizar el centro de mesa, como acostumbraba a hacer todos los años, amorosamente beso la frente de su nieta, y salió de la casa.

Encontrándose sola en la casa, lo primero que pensó, fue en buscar un lugar para ocultar al pequeño, pensó que el mejor lugar para esconderlo sería su habitación, ya que su abuelo no acostumbraba a entrar en ella.
Subió la escalera para dejar al lobezno en su habitación, la cual quedaba en el altillo, así podría preparar la mesa antes de que llegara su abuelo. El cachorrito salto de la canasta sin que ella se diera cuenta, dirigiéndose rumbo a los sillones.
Carol dejo la canasta sobre su cama, y se sorprendió al descubrir que el cachorro no estaba, salió corriendo desesperadamente esperando que el lobito no estuviera causando problemas, para su mala suerte, el cachorro había tirado todos los almohadones del sillón.
Se agacho para recogerlo, él se adelanta esquivando sus pequeñas manos con un divertido salto, el cachorrito parecía divertirse. Intento tomarlo unas veces más, pero su esfuerzo fue en vano, ya que el cachorro solo pretendía jugar con ella.
Cuando por fin logro atraparlo, lo alzo sobre su rostro, y el pequeño animalito le demostró su afecto lengüeteándole la cara con mucha energía. Carol fascinada con su nuevo amiguito, lanzo una carcajada por el cosquilleo que le producía su lengua áspera.

Esta vez se aseguro de que el cachorro se quedara en su habitación. Cerró la puerta y bajo velozmente, ya que en cualquier momento llegaría su abuelo con la cena.
Mientras preparaba la mesa escucho que la puerta de entrada se abría, era su abuelo que cargaba sobre sus hombros la presa que había conseguido, con la cual preparo un exquisito estofado con la ayuda de su nieta. 
Carol corrió la cortina floreada de la mesada y tomo una cacerola vieja, abollada por varios años de uso, la cual alcanzo a su abuelo para que colocara las presas del conejo. Durante la cocción, la comida desprendía un agradable aroma, que se les hacia agua a la boca.     
Mientras esperaban que la cena estuviera lista, como todas las noches, pasaban ese tiempo frente a la estufa a leña, sentados en los sillones de pino, leyendo algún cuento que el abuelo seleccionaba para leer a su nieta.
Cada cena la consideraban especial, ya que en esta hora podrían brindarse de ese tiempo para compartir y disfrutar de la compañía del otro.
Fue una cena divertida, acompañada por risas y anécdotas que contaba el abuelo a su pequeña nieta. Luego del festín, el abuelo se propuso a lavar los platos, mientras Carol barría y acomodaba las sillas.
Cuando terminaron sus tareas, se dieron las buenas noches con un fuerte abrazo, y cada cual se fue a su habitación, ya que fue un día muy largo y ambos estaban cansados. 

Cuando entro en su habitación, Carol no podía creer lo que estaba viendo…
Las sabanas y el acolchado, no se encontraban sobre la cama, sino que estaban desparramadas por el suelo de la habitación, la caja de madera vieja, que suele guardar los juguetes, se encontraba dada vuelta y con su contenido debajo de la cama, sus zapatos estaban mordisqueados como si el pequeño hubiera estado afilándose los dientes con ellos.
Carol no sabía si largarse a reír o llorar, ya que ella era muy ordenada. Pero el día de hoy parecía que por su habitación se había paseado un tornado.
Hallo al culpable del desorden, acurrucado entre las mangas del suéter verde, el preferido de la niña.
Sintiéndose llena de ira se acerco para tomar el suéter, pero los ojitos tiernos buscaron la mirada de Carol, haciéndola cambiar de actitud, y simplemente lo único que pudo hacer, fue decirle mientras agitaba el dedo índice en un gesto negativo:
_ ¡No lo vuelvas a hacer!_ 
Se dispuso a ordenar su habitación, mientras lo hacía, el pequeño no le perdía el paso agitando su cómica colita siguiéndola de un lado a otro.
Vencida por el sueño y el cansancio, tomo a su nuevo amiguito, y abrazándolo, lo acomodo entre la cobija y la almohada, y le dio las buenas noches con un tierno beso sobre la esponjosa frente, y los dos durmieron plácidamente hasta la mañana siguiente.

En vísperas de noche buena, el abuelo y Carol se levantaron temprano para los preparativos de este día tan especial.
El abuelo toma del armario, una caja donde guardaba los adornos navideños. Carol corta con unas tijeras la cinta que mantenía cerrada la caja, dejando así los adornos listos para colocar.
Comenzaron ubicando las guirnaldas sobre los marcos de las puertas y las ventanas, luego colgaron dos medias rojas sobre la estufa con los nombres bordados de cada uno de ellos, y por último se dedicaron a armar el árbol de navidad. Sin olvidar de colocar debajo del mismo los tan preciados regalos.
Luego de la cena navideña que compartieron, se sentaron en los sillones para abrir los regalos que habían confeccionados ellos mismos para darse uno al otro.
Primero abrió Carol su regalo, el abuelo le había regalado una casita de muñecas que el mismo había fabricado, Carol se lo agradeció con un fuerte abrazo, y ansiosa le acerco su regalo. Era un paquete que guardaba una bufanda marrón tejida por Carol, antes que el abuelo pueda agradecerle por su regalo, ella le dijo:
_ ¡Tengo otra sorpresa más!... ¡Pero esta es para los dos!_
Subió corriendo las escaleras y bajo con su canasta adornada con un enorme moño rojo. Cuando el abuelo retiro la manta celeste que la cubría, descubrió unos ojos tiernos que le tocaron el corazón, al ver la alegría de su nieta, como podría él negarle a su nieta en esta situación, sus ojos se humedecieron de emoción, y simplemente exclamó:
_ ¡¿Y cómo lo vamos a llamar?!_
En un abrazo que parecía no terminar más Carol le respondió:
_ ¿Qué te parece si lo llamamos King?, que significa Rey, ya que sus ojos se adueñaron de nuestros corazones_   

    

6 comentarios:

  1. Un cuento muy bonito Cynthia, desprende ternura e inocencia. Me gustó mucho. Te felicito, tienes una manera muy dulce de describir las emociones. Si me permites una simple acotación, sin ningún tipo de animadversión, revisa la concordancia del comienzo del tercer párrafo, me parece que el "cuando" y la coma alteran la concordancia. Besos!

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    1. Muchas gracias por leer el relato, por los elogios, y por la crítica constructiva, es bueno recibir consejos para ir creciendo como escritora. voy a volver sobre el tercer parrafo para corregirlo. muchas gracias. saludos

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  2. Este fue el primer cuento que leí en su blog y en su momento no pude comentar. Muy tierno. Comparto con lo que dijo Alonso, tiene una manera muy dulce de describir las emociones. Es un placer leerla. Nos vemos en la próxima. ¡Saludos! ¡Ah! Y comparto.

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  3. Tienen algo especial los perros, que descienden de los lobos que hicieron amistad con los humanos. Algo que a veces no es recompensado.
    Así que podría ser posible lo que contás.

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    1. Existe una teoría científica que afirma que los perros domésticos descienden de dos ramas. Los guardianes de los lobos, y los de compañía o caza de los zorros. Es un tema muy interesante. Ya que estos caninos pasaron de ser salvajes a los mejores amigos del hombre.

      Desde ya muchísimas gracias por leer y por tu comentario.

      UN SALUDO!

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