En un pequeño pueblo de
Alaska, cerca de un bosque espeso que la mayoría de los meses del año era
bañado por una blanca capa nevada, se encontraba una rustica cabaña, adornada
por una artística valla que rodeaba los límites de la casa, en esta, vivía
Carol, de nueve años de edad, una niña de poca estatura, de cabellos castaños
claros, y ojos celestes como el cielo, su personalidad era caracterizada por su
gran valentía y su sed de aventura.
Sus padres fallecieron
en un accidente automovilístico, y su abuelo paterno, cuido de ella desde
entonces. Era un abuelo muy cariñoso, mimando constantemente a su nieta con
abrazos y un cálido amor. Tenía la típica imagen de un hombre de montaña.
Un día Carol fue
a recorrer el bosque en busca de piñas para hacer un centro de mesa, ya que se
acercaban las fiestas navideñas. Reviso debajo de varios pinos, encontrando
diferentes piñas que le agradaron, las observó contemplándolas fijamente,
mientras las rotaba en sus manos, luego las guardo en una canasta de mimbre que
llevaba con ella.
Mientras regresaba a la
cabaña, tropezó torpemente dejando caer la canasta junto con las piñas, se inclinó a recogerlas y sus ojos descubrieron en la nieve una huella de un
animal, supuso que sería de algún perro.
Siguió las huellas con
gran intriga, sin saber con que se encontraría, las huellas terminaban en la
entrada de lo que parecía ser una madriguera, de la cual provenían sonidos y
movimientos extraños, su valentía la impulso a asomarse dentro de la madriguera
para observar que era aquello que causaba tanto escándalo, para su sorpresa se
encuentra con un cachorro, el cual la recibió con unas lengüetada en los dedos,
haciéndola reír, lo saco con ambas manos de la madriguera, era un lobezno, era
una criatura adorable, sus ojitos eran tiernos, y su cuerpo cubierto por un
pelaje sumamente suave y esponjoso, de un color blanco, con algunas tonalidades
grises en el lomo.
Tomo al pequeño
cachorro, y lo acurruco dentro de la canasta tapándolo con una manta celeste, y
emprendió el camino de regreso hacia la cabaña, dando saltos y cantando una
canción alegre.
Mientras caminaba,
pensaba la forma de convencer a su abuelo, para que le permitiera conservar
aquel adorable cachorro, aunque ella sabía bien cuál sería la respuesta, que no
era aconsejable criar un animal salvaje.
Cuando llego a la casa,
su abuelo se estaba preparando para salir a cazar la cena, se coloco la campera
y tomo su escopeta, y antes de salir se detuvo a preguntarle a su nieta que
traía en la canasta.
Carol, entro decidida a
enseñarle lo que traía, pero cuando su abuelo tomo la escopeta, un escalofrió
le recorrió por todo el cuerpo, produciendo que se acobardara, pensando que le
podría pasar algo malo al cachorrito si se lo mostraba, lo único que pudo decir
entre balbuceos fue:
_ ¡Es una sorpresa para
navidad!_
El anciano sonrió,
seguro de que lo que su nieta traía, eran unas piñas para realizar el centro de
mesa, como acostumbraba a hacer todos los años, amorosamente beso la frente de
su nieta, y salió de la casa.
Encontrándose sola en la
casa, lo primero que pensó, fue en buscar un lugar para ocultar al pequeño,
pensó que el mejor lugar para esconderlo sería su habitación, ya que su abuelo
no acostumbraba a entrar en ella.
Subió la escalera para
dejar al lobezno en su habitación, la cual quedaba en el altillo, así podría
preparar la mesa antes de que llegara su abuelo. El cachorrito salto de la
canasta sin que ella se diera cuenta, dirigiéndose rumbo a los sillones.
Carol dejo la canasta
sobre su cama, y se sorprendió al descubrir que el cachorro no estaba, salió
corriendo desesperadamente esperando que el lobito no estuviera causando
problemas, para su mala suerte, el cachorro había tirado todos los almohadones
del sillón.
Se agacho para recogerlo,
él se adelanta esquivando sus pequeñas manos con un divertido salto, el
cachorrito parecía divertirse. Intento tomarlo unas veces más, pero su esfuerzo
fue en vano, ya que el cachorro solo pretendía jugar con ella.
Cuando por fin logro atraparlo,
lo alzo sobre su rostro, y el pequeño animalito le demostró su afecto
lengüeteándole la cara con mucha energía. Carol fascinada con su nuevo
amiguito, lanzo una carcajada por el cosquilleo que le producía su lengua áspera.
Esta vez se aseguro de
que el cachorro se quedara en su habitación. Cerró la puerta y bajo velozmente,
ya que en cualquier momento llegaría su abuelo con la cena.
Mientras preparaba la
mesa escucho que la puerta de entrada se abría, era su abuelo que cargaba sobre
sus hombros la presa que había conseguido, con la cual preparo un exquisito
estofado con la ayuda de su nieta.
Carol corrió la cortina
floreada de la mesada y tomo una cacerola vieja, abollada por varios años de
uso, la cual alcanzo a su abuelo para que colocara las presas del conejo.
Durante la cocción, la comida desprendía un agradable aroma, que se les hacia
agua a la boca.
Mientras esperaban que
la cena estuviera lista, como todas las noches, pasaban ese tiempo frente a la
estufa a leña, sentados en los sillones de pino, leyendo algún cuento que el
abuelo seleccionaba para leer a su nieta.
Cada cena la
consideraban especial, ya que en esta hora podrían brindarse de ese tiempo para
compartir y disfrutar de la compañía del otro.
Fue una cena divertida,
acompañada por risas y anécdotas que contaba el abuelo a su pequeña nieta.
Luego del festín, el abuelo se propuso a lavar los platos, mientras Carol
barría y acomodaba las sillas.
Cuando terminaron sus
tareas, se dieron las buenas noches con un fuerte abrazo, y cada cual se fue a
su habitación, ya que fue un día muy largo y ambos estaban cansados.
Cuando entro en su
habitación, Carol no podía creer lo que estaba viendo…
Las sabanas y el
acolchado, no se encontraban sobre la cama, sino que estaban desparramadas por
el suelo de la habitación, la caja de madera vieja, que suele guardar los
juguetes, se encontraba dada vuelta y con su contenido debajo de la cama, sus
zapatos estaban mordisqueados como si el pequeño hubiera estado afilándose los
dientes con ellos.
Carol no sabía si
largarse a reír o llorar, ya que ella era muy ordenada. Pero el día de hoy
parecía que por su habitación se había paseado un tornado.
Hallo al culpable del
desorden, acurrucado entre las mangas del suéter verde, el preferido de la
niña.
Sintiéndose llena de ira
se acerco para tomar el suéter, pero los ojitos tiernos buscaron la mirada de
Carol, haciéndola cambiar de actitud, y simplemente lo único que pudo hacer,
fue decirle mientras agitaba el dedo índice en un gesto negativo:
_ ¡No lo vuelvas a
hacer!_
Se dispuso a ordenar su
habitación, mientras lo hacía, el pequeño no le perdía el paso agitando su
cómica colita siguiéndola de un lado a otro.
Vencida por el sueño y
el cansancio, tomo a su nuevo amiguito, y abrazándolo, lo acomodo entre la
cobija y la almohada, y le dio las buenas noches con un tierno beso sobre la
esponjosa frente, y los dos durmieron plácidamente hasta la mañana siguiente.
En vísperas de noche
buena, el abuelo y Carol se levantaron temprano para los preparativos de este
día tan especial.
El abuelo toma del
armario, una caja donde guardaba los adornos navideños. Carol corta con unas
tijeras la cinta que mantenía cerrada la caja, dejando así los adornos listos
para colocar.
Comenzaron ubicando las
guirnaldas sobre los marcos de las puertas y las ventanas, luego colgaron dos
medias rojas sobre la estufa con los nombres bordados de cada uno de ellos, y
por último se dedicaron a armar el árbol de navidad. Sin olvidar de colocar
debajo del mismo los tan preciados regalos.
Luego de la cena
navideña que compartieron, se sentaron en los sillones para abrir los regalos
que habían confeccionados ellos mismos para darse uno al otro.
Primero abrió Carol su
regalo, el abuelo le había regalado una casita de muñecas que el mismo había
fabricado, Carol se lo agradeció con un fuerte abrazo, y ansiosa le acerco su
regalo. Era un paquete que guardaba una bufanda marrón tejida por Carol, antes
que el abuelo pueda agradecerle por su regalo, ella le dijo:
_ ¡Tengo otra sorpresa
más!... ¡Pero esta es para los dos!_
Subió corriendo las
escaleras y bajo con su canasta adornada con un enorme moño rojo. Cuando el
abuelo retiro la manta celeste que la cubría, descubrió unos ojos tiernos que
le tocaron el corazón, al ver la alegría de su nieta, como podría él negarle a
su nieta en esta situación, sus ojos se humedecieron de emoción, y simplemente
exclamó:
_ ¡¿Y cómo lo vamos a llamar?!_
En un abrazo que parecía
no terminar más Carol le respondió:
_ ¿Qué te parece si lo
llamamos King?, que significa Rey, ya que sus ojos se adueñaron de nuestros
corazones_
Un cuento muy bonito Cynthia, desprende ternura e inocencia. Me gustó mucho. Te felicito, tienes una manera muy dulce de describir las emociones. Si me permites una simple acotación, sin ningún tipo de animadversión, revisa la concordancia del comienzo del tercer párrafo, me parece que el "cuando" y la coma alteran la concordancia. Besos!
ResponderEliminarMuchas gracias por leer el relato, por los elogios, y por la crítica constructiva, es bueno recibir consejos para ir creciendo como escritora. voy a volver sobre el tercer parrafo para corregirlo. muchas gracias. saludos
EliminarEste fue el primer cuento que leí en su blog y en su momento no pude comentar. Muy tierno. Comparto con lo que dijo Alonso, tiene una manera muy dulce de describir las emociones. Es un placer leerla. Nos vemos en la próxima. ¡Saludos! ¡Ah! Y comparto.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer y compartir. SALUDO
EliminarTienen algo especial los perros, que descienden de los lobos que hicieron amistad con los humanos. Algo que a veces no es recompensado.
ResponderEliminarAsí que podría ser posible lo que contás.
Existe una teoría científica que afirma que los perros domésticos descienden de dos ramas. Los guardianes de los lobos, y los de compañía o caza de los zorros. Es un tema muy interesante. Ya que estos caninos pasaron de ser salvajes a los mejores amigos del hombre.
EliminarDesde ya muchísimas gracias por leer y por tu comentario.
UN SALUDO!