martes, 3 de febrero de 2015

Creando al virus mortal

                En una oscura habitación, un hombre desquiciado planeaba un maquiavélico plan. Siendo víctima de la inseguridad de su ciudad reiteradas veces, estaba decidido a acabar con la delincuencia. Pero su intención para llevar a cabo esto, no era organizar campañas de concientización como cualquier persona cuerda, sino que su idea era desterrar al mal desde su raíz. Y, la única solución posible parecía ser destruir a la sociedad actual para que una mejor la reemplazara, una sociedad a la que él la llamaría pura, porque no estaría contaminada por el odio y el mal como la anterior.   
Pasó largos meses encerrado en su pequeño laboratorio pensando en todas las maneras posibles en las que podría destruir a la maldad. Luego de reformular varios planes llegó a la conclusión de que la mejor manera sería mediante una bomba, pero no una bomba atómica o napalm, sino una peor, una bomba bacteriológica, donde al momento de detonar silenciosamente esparciría por la ciudad un virus mortal, y, enfermarían todos aquellos que aspiraran aquel malicioso virus.
El científico malvado no tardó mucho en decidir qué enfermedad utilizaría para su bomba, porque luego de estudiar ardorosamente durante largos años la rabia la logró aislar y mezclarla con la horrible lepra, esta combinación generaba a su vez una enfermedad aún mayor, donde sus animalitos de laboratorio tenían una larga y agonizante muerte dolorosa.  
La mente del científico ya no hacía uso de la razón, ¿Cómo un humano podría desear tanta maldad?  
Su corazón estaba endurecido como una piedra, no sentía compasión por nadie.
Colocó la bomba en medio de aquella plaza que queda frente a la casa de gobierno, pero antes de activarla se inyectó una vacuna que el mismo había desarrollado que lo volvía inmune a los efectos del virus.  
Luego de esparcirse el virus, no tardó mucho el país en darse cuenta que estaban siendo atacados por una enfermedad desconocida, la cual superaba en dolor y gravedad a cualquiera de las peores enfermedades ya conocidas.  
El enfermo enloquecía violentamente como un perro rabioso, mientras su cuerpo hervía de dolor por las llagas de la lepra. Lo peor de este virus era que se propagaba con una velocidad a gran escala, en unas pocas semanas la epidemia ya había alcanzado a los países limítrofes.         
Los remedios comunes no aliviaban la enfermedad en sus víctimas, por que cuando el científico unió el virus de la rabia con el de la lepra, se creó en ellos una mutación inmune a los remedios que existían hasta ese entonces.    
En las lejanías de la ciudad, vivía un médico especializado en dermatología y enfermedades infecciosas. Vivía en una pequeña casa con su hijo de siete años. Le atemorizaba el futuro que viviría su hijo, un mundo infectado por una extraña enfermedad. Durante un tiempo estudió una cura, pero todos sus intentos eran vanos.   
Un día cansado de no hacer ningún progreso en su investigación, vestido con las prendas adecuadas para protegerse del virus, se dirigió al lugar donde se produjo el primer caso de un infectado.  
Buscó durante horas pero no encontró nada en aquella pequeña plaza. Pero halló dentro de una húmeda y mohosa alcantarilla una maleta.
Luego de analizar cuidadosamente la maleta supo que en ella se había detonado la bomba, por que las telas del maletín estaban bañadas por los virus de la enfermedad. Descuidadamente el científico había dejado una identificación en el bolsillo de la maleta, el médico utilizó la identificación para llegar a aquel que había causado todo este desastre apocalíptico.   
Fue al encuentro con el científico desquiciado, el cual dormía plácidamente y sin preocupación alguna. En un principio no lo quiso atender, pero el padre del niño insistió.
Desde detrás de la puerta le gritaba “¡Ya han muerto cientos de personas en unas pocas semanas!, y la enfermedad se está expandiendo por el mundo, muchos sin saber que estaban enfermos viajaron a otros países llevándose con ellos el virus, ¡Ayúdame a detener esto antes que todo el mundo enfermé!”
Luego de pensar detenidamente en todo lo que había hecho, el desquiciado comprendió la gravedad del asunto. Y abriendo la puerta le entregó al padre del niño la vacuna que el mismo había construido para mantenerse sano, “Esta vacuna volverá inmune a la persona que se la inyecte, tómala, y llévatela para que la reproduzcan en masa”.
El científico que había vuelto en sí, sintió que su corazón se hablando, ya no era una roca, y recorriéndole una lagrima por el rostro le dijo: “La ira me controló, no debí dejarme llevar por ella, deberé vivir con la pesada culpa de todas las personas que he matado”. El padre del niño le contestó: “Todavía no es tarde, esta vacuna salvara a muchos más de los que han muerto”.

La vacuna se reprodujo en masa, y fue entregada tanto a enfermos como a sanos, y de esta manera se desterró aquella fatal enfermedad de la vida de las personas.  Todo volvió a la normalidad, pero los familiares nunca dejaron de llorar la muerte de los enfermos. Y, el científico toda la vida luchó contra la culpa de aquellas muertes, pero también sentía satisfacción al recordar que había reconocido su error a tiempo para poder parar así la enfermedad que parecía incurable.          

3 comentarios:

  1. No está mal, casi que podría ser un capítulo de la serie Arrow.

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  2. No está mal, casi que podría ser un capítulo de la serie Arrow.

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    1. Jajaj me encanta esa serie!! jaj

      Gracias por leer.

      Un saludo!!

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