lunes, 2 de febrero de 2015

El día que la luna se enamoró del sol

            Solitaria en la noche habitaba, oscura, apagada, con sus tristes cráteres faciales.
Abría sus pestañas al cielo, mirando el vacio y el silencio.  
Entre las penumbrosas sombras se ocultaba misteriosa, anhelando un día encontrar una fiel compañía.     
Una noche el día se adelantó, y una poderosa luz blanquecina llegó hasta los ojos de la luna.
Al verlo, la luna, no pudo apartar su mirada.   
Era hermoso, de presencia ardiente y poderosa, con una luz enceguecedora que daban ansias de nunca apartar la mirada, pero el encuentro duro poco porque ella debió volver a las sombras perdiéndolo de vista al instante.  
Estuvo pensando hasta el próximo encuentro, ¿Él la había visto como ella a él? ¿Quién era?, nunca había visto algo tan brillante. El cielo estaba colmado de estrellas, pero ninguna brillaba tanto como él.  
Se acercaba el atardecer, y se preparó para ascender en el amplio cielo, pero esta vez subió unos minutos antes, no pudo esperar más para volver a verlo.
Al hacerlo se encontró de lleno con la luz que antes la había enceguecido, pero esta vez al tenerlo tan cerca sintió que su rocosa piel se quemaba por culpa de tanta luz, sintió mucho dolor, pero también mucha vergüenza, ella era un cuerpo celeste muy débil en su presencia.  
Esa tarde le preguntó su nombre, y él le respondió, su voz era profunda y altiva, al igual que su temperamento, se creía el más poderoso, el más brillante en el cielo entero.
Pasaron varios amaneceres y atardeceres que ella se adelantó para encontrárselo, no le importaba que quemara su piel, solo quería volver a verlo. Pero ella era muy débil e insignificante en comparación de él, así que no la volvió a mirar mientras pasaba a su lado y se ocultaba en el horizonte. Cada vez que la ignoraba ella sentía una punzada helada en su corazón, y se sentía cada vez más diminuta e insignificante.  
Pasaron siglos en los que ella lloró sin cesar, hasta que una estrella se le acercó para consolarla, diciéndole que no debería sufrir por alguien que no sufriría por ella.

Fue cuando la luna comprendió que el sol era magnifico, y que con sus poderosos rayos bañaba todo el horizonte, allí donde sus débiles luces nunca podrían llegar, pero ella tenía un montón de estrellas que iluminaban la noche con ella. Prefería que millones de estrellas la acompañasen antes que reinar solitaria en el cielo.               

4 comentarios:

  1. Cuando leia tus escritos, pense en la dependencia emocional y sus posibles consecuencias destructivas.(siglos en la que ella lloro sin cesar.)... Como es importante tener veraderos amigo encarandonos la realidad , visando nuestro bien.. Placer leerte .Abrazos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por leer y comentar.

      Me alegra muchisimo que le haya gustado mi relato.

      Un saludo!!

      Eliminar
  2. Precioso cuento. No lo había visto antes, se me pasó por alto, je, je. (Eso habla mal de mí T-T)

    Puede que sea un texto inspirado en la frase de Lucio Anneo Séneca: Amicitia semper prodest, amor aliquando etiam nocet. (la amistad siempre aprovecha, el amor hiere a veces).

    Me gustó mucho. Que tengas una linda tarde y una noche mucho mejor. ¡Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. NO hay problema..La entrada es media viejita :3

      La verdad no me inspire en aquella frase de Séneca, pero sin embargo tienen mucho en común.

      Gracias por leer.

      Un saludo!!

      Eliminar